domingo, 17 de mayo de 2015

Tomar distancia.


Cuando tomas distancia, el ego se hace pequeñito, el amanecer que milagrea cada mañana es un pasmo, un susto que te añade un día más... de momento solo un día. 

Tomas distancia y los palabras se cuartean como una piedra que arrojas en un punto del tópico lago cristalino... duplicando, triplicando hasta el infinito las ondas paralelas, equidistantes. Muchas palabras sin verbalizar con las que acuñas lo aparentemente impenetrable y que te hace sonreír... también llorar si la púa, con su punta insolente, se atreve a rasguear una melodía trasnochada para otros... pero tan viva, tan viva que prende el fuego dormido solo con rozarla. 

Tomas distancia porque esa soledad sonora, dulce y cítrica, es necesaria para medir a palmos - a ojo de  buen cubero- cuánto presente sirve de carga futura. A ojo de buen cubero, que soy malísima en cuestiones de medir. Cuánta carga merece ser cargada o lastreada. 

A veces hay que tomar distancia, silenciar el eco que supura más allá de los muros de la fortaleza... cuando la fortaleza es débil.