domingo, 4 de mayo de 2014

Tirar una pared.




Solo ha sido una pared... para que la república pueda entrar en la cocina mientras preparamos desayunos,  almuerzos, cenas... o una infusión. "Tú pelas patatas y tú -por favor- ¿prepararías una ensalada? Y yo apaño dos pollos enteros con muchas hierbas y pimienta, la justa para que no nos queme el paladar..." Pero las paredes, a veces, tienen vida interior. Se esconde el cableado que ilumina todas las estancias de la casa. Allí, tan escondida, se camuflaba la fuente de energía de lo que enfría, lava y blanquea, de lo que nos permite salir de nosotros mismos y hablarnos... escribirnos... Y tú me contases que sentías el olor a tierra mojada porque resulta que llovía, que te estabas doliendo y el teléfono no daba señal. 

Todo será mejor... más diáfano, más acogedor. Desde luego. Pero hay que respirar el polvo del derrumbe, prescindir de comer caliente, tomar café soluble... 

Sentada ahora donde se levantaba un muro, con las piernas estiradas -encogidas, dibujando una tijera hace tan solo una semana-, escribo, tomo un café recién hecho y fumo despacio - saboreándolo- un cigarrillo acabado de liar. Todavía falta pintar. Nada... Eso es solo un poco de maquillaje. El trabajo duro, el que deshace para volver a hacer, ya no se ve. Eso es. Más o menos viene a ser eso. A estas alturas, chapuzas las justas.  

Y a estas alturas quizá queda todavía bastante por desaprender. Chapuzas antiguas por el qué dirá tal o cual bienpensante... puñaladas traperas por detrás, que por delante lucen como si no... Ya ves. Y todo a propósito de una pared.